domingo, septiembre 14, 2014

Alicia y la canción del Caballero Blanco

Mi hermana Luzma está leyendo "Alicia en el país de las maravillas", a la misma edad que yo lo leí: 12. Creo que fue el humor negro y la excelente traducción del nonsense que tenía esa edición de ANAYA los que hicieron de Alicia uno de los libros más memorables que haya leído jamás. En tributo a esta lectura compartida, publico uno de los brillantes poemas del libro, "La canción del Caballero Blanco".


Era un viejo, vejestorio,

una auténtica antigualla,
que tenía el nalgatorio
apoyado en una valla.

Al ver al desconocido,

le pregunté mosqueado:
<<¿Qué haces? ¿Cómo has conseguido
estar tan bien conservado?>>

Dijo: <<Busco mariposas

de noche en los alcaceles,
y con ellas y otras cosas
hago estupendos pasteles.

Luego me los van comprando

los marinos por dos duros,
y así consigo ir sacando
el estómago de apuros.>>

Yo estaba ideando un plan

para teñirme el bigote,
poniéndome tafetán
para que no se me note.

No supe que responder,

olvidé el esparadrapo,
volví la pregunta hacer
y le arreé un buen sopapo.

Le agarré del canesú,

y él prosiguió con su rollo:
<<Tambien fabrico champú
encendiendo agua de arroyo.

Basta hayar un riachuelo

y prender una cerilla:
aunque el champú quema el pelo,
me saco alguna perrilla.

Yo, que entonces discurría

si comer manteca sola,
para ver si conseguía
ponerme como una bola,

le dije con altivez:

<<¡Ea, basta de jarana!
¡Dime que haces de una vez,
o te zurro la bandana!>>

Dijo:<<Cuando la lechuza

canta entre brezos y matas,
yo pesco ojos de merluza
por el campo a cuatro patas.

Luego con ellos fabrico

botones fosforescentes,
y eso representa un pico,
pues no me faltan clientes.

¿Qué más quieres que diga?

tengo otras ocupaciones:
cazo cangrejos con liga,
cavo en busca de bombones,

busco ruedas herrumbosas

en mitad de la laguna,
y con esto y otras cosas
he amasadouna fortuna.>>

Y yo, que tenía en mente

entonces un plan divino:
librar del óxido al puente
Menai cociéndolo en vino,

le expresé mi gratitud

por contarme su secreto,
y él echóse a mi salud
un lingotazo al coleto.

Y ahora cuando me pasa

(por que soy un poco plato)
que la lengua me abrasa,
me equivoco de zapato,

tropiezo y me caigo al suelo

o me pisan algún callo,
recordando aquel abuelo
cacareo como un gallo.

Y lloro a moco tendido

pensando en el dulce viejo,
de rostro descolorido
y más listo que un conejo,

que tenía el pelo cano

y la cara como un mico;
¡pero caramba qué mano
para hacerse pronto rico!

Nunca olvidaré su cara

parecida a la de un cuervo,
ni su voz meliflua y rara,
ni su mujido de ciervo,

ni el melifluo modular

de su feroz resoplido,
que me hacía recordar
al de un búfalo bebido,

ni su hablar entrecortado

ni sus ojos de caballa...
tal como estaba sentado
aquel verano en la valla.